Seré franca: Terminaron por subírseme los humos a la cabeza. Entre tanto aleonamiento colectivo, de compañeros, amigos, familia y cuanta gente suele rodear a la gente como uno (la normal, claro está), que me preguntaron, motivados por mis ácidos pero elegantes comentarios en las todopoderosas redes sociales , si escribía "algo".
Obviamente, la falsa modestia pudo más, así que todos y cada uno de ellos recibió la respuesta más ingeniosa que se me ocurrió en ese momento. Una cosa es levantarse inspirado un día, y buscar formas de expresarse por medio de un par de párrafos, y otra cosa es tomar ritmo, sentarte y escribir de una vez por todas. Porque, claro, que todo mi ambiente esté lleno de libretas de todo tipo, siempre con frases que escuché o que se me ocurrieron, no me convierte en promesa de la literatura moderna.
Claramente, no soy una Bradbury, Stevenson, Coyle ni Huxley*. En primera, porque mis apellidos son bastante más fáciles de pronunciar. Y en segunda, porque escribir estados de Facebook medianamente ingeniosos y un par de cuentos, casi todos infantiles, no hacen de nadie un buen escritor. El haber trabajado en un medio escrito, pese a ser impagable, tampoco lo hace. Aunque, ciertamente, te ayuda a enfrentarte con la página en blanco.
Para los legos, que en realidad conocen el sentimiento tanto como el más letrado, el Síndrome de la Página en Blanco -nombre que, no estoy segura, inventé o leí en alguna parte- es lo que ocurre en los preciosos minutos cuanto te dispones a escribir, pero la página te mira, radiantemente vestida de blanco, sin una minúscula palabrita que te señale que la tarea de plasmarlo todo con letras comenzó.
Los segundos avanzan y la página sigue en blanco. Le pasa a la gente en la prensa. Le pasa a los escritores, a los universitarios, a los que escriben una carta. Ocurre incluso cuando escribimos llenamos un formulario. El tiempo apremia, y ninguna humilde palabra hiere la faz burlona y radiante de la página. Hasta que una idea surge, pésima, pero algo se escribe. Y es un golpe a la muy cabrona. Pero la idea no te gusta, borras todo y la maldita página vuelve a ganarte. Así, muchas veces, hasta que, golpeada y herida por las letras, la página en blanco, humildemente, se sacrifica en aras de la escritura.
Que me vengan los poetas a decir que las páginas en blanco son un mundo por descubrir, que son el mármol que se transformará en una obra maestra. Yo en cuanto tomo un lápiz, aunque sea uno metafórico, me declaro en guerra con la jodida blancura de la página. Y, a esta sucia cabrona, al menos, esta vez le gané.
PS: A saber: Autores de "Crónicas Marcianas", un maravilloso cuento titulado "La puerta y el pino", padre de "Sherlock Holmes" y "Un mundo feliz", respectivamente. Que el nombre no los engañe, son obras muy pop y sencillas de leer.
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