lunes, 24 de agosto de 2015

El gato y el ratón

Gustavo llegó a la posada movido por la aventura. Era de esos locales solitarios, donde el menú y las porciones dependen del estado de ánimo de los dueños. Pidió una empanada de queso camarón y un té, que  estaba demasiado dulce. Mientras agradecía infinitamente la temperatura del queso derretido, Ulises, el dueño del lugar, tomó sus huevos revueltos, su taza de latón  humeante y decidió que habiendo otro comensal, no había razón para comer solo.
Gustavo, pese a todo, era un apasionado de las buenas historias. Y Ulises tenía muchas. Contó aventuras increíbles, de esas que sólo tienen los pescadores viejos y curtidos. La expresión atenta del cabro era sincera, así que la retribuyó con toda la comida y los relatos que  la tarde aguantara.
-Sabe qué pasa, es que hay mucho marino que es gato. Y son muy buenos gatos, pero yo llevo 48 años siendo ratón- comentó entre relatos.

La hora de irse los encontró. Gustavo, el gato, había reconocido el sabor de lo prohibido en cuanto lo probó. Gustavo, el comensal, se despidió con un apretón de manos y salió del lugar  con el estómago lleno, una  tímida sonrisa y una historia que no hacía falta contar.

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