lunes, 24 de agosto de 2015

El gato y el ratón

Gustavo llegó a la posada movido por la aventura. Era de esos locales solitarios, donde el menú y las porciones dependen del estado de ánimo de los dueños. Pidió una empanada de queso camarón y un té, que  estaba demasiado dulce. Mientras agradecía infinitamente la temperatura del queso derretido, Ulises, el dueño del lugar, tomó sus huevos revueltos, su taza de latón  humeante y decidió que habiendo otro comensal, no había razón para comer solo.
Gustavo, pese a todo, era un apasionado de las buenas historias. Y Ulises tenía muchas. Contó aventuras increíbles, de esas que sólo tienen los pescadores viejos y curtidos. La expresión atenta del cabro era sincera, así que la retribuyó con toda la comida y los relatos que  la tarde aguantara.
-Sabe qué pasa, es que hay mucho marino que es gato. Y son muy buenos gatos, pero yo llevo 48 años siendo ratón- comentó entre relatos.

La hora de irse los encontró. Gustavo, el gato, había reconocido el sabor de lo prohibido en cuanto lo probó. Gustavo, el comensal, se despidió con un apretón de manos y salió del lugar  con el estómago lleno, una  tímida sonrisa y una historia que no hacía falta contar.

lunes, 17 de agosto de 2015

Affair con la política


Cuando tenía unos 6 o 7 años, recuerdo que estaba con mi abuela en una concurrida galería de la ciudad. El objetivo de tan alegre paseo era comprarme zapatos para el colegio. Al girar en uno de los pasillos, que hasta hoy recuerdo perfectamente, nos encontramos de frente con una señora muy rubia y con globos a su alrededor: Rosa González, la mítica Rosa de Aric, en ese entonces "única candidata independiente", según sus propias y muy aceleradas palabras, pese a que la rodeaban globos azules y amarillos, colores inconfundibles de la derecha de mi país.
Todo pasó muy rápido: mientras yo miraba las coloridas guirnaldas del color de la UDI, Rosa González me tomó de un brazo, y con una sonrisa radiante le dijo a la madre de mi madre "Señora, yo le compro los zapatos a la niña, no se preocupe", sin dejar de apretarme.
Y mi abuela, comunista acérrima hasta el día de hoy, dijo palabras que siguen calando en mi corazón.
-"SUELTE A MI NIETA, VIEJA LOCA"
Vociferó mi dulce abuelita, mientras con una fuerza descomunal me apartaba de las garras de la candidata que osó insinuar que con un par de zapatos podía comprar su voto.
Y mientras continuamos nuestro camino por las libres alamedas de la galería, la oí murmurar "Zapatos, la vieja loca... si yo puedo comprar todos los zapatos que quiera...vieja loca".

Perder a un amigo


Hace como dos semanas, me comenzó a doler el brazo derecho. "Tendinitis", me autodiagnostiqué alegremente-excepto por la parte en la que la mano me dolía tanto que quería sacarme el brazo con los dientes- y continué con mi vida. La tendinitis y yo forjamos una bonita relación: me dolía más que la cresta, me compré un cabestrillo, seguía doliendo, empecé a tipear con la pura mano izquierda, a veces dolía menos, tomaba apuntes con la mano izquierda, dolía mucho, me peinaba con la mano izquierda, dolía aún más...finalmente, decidí terminar con los.recaditos y fui al doctor para conocer en persona a mi tendinitis, pues sabía que debido a su naturaleza, probablemente seguiría visitándome a lo largo de mi vida laboral. Cuál sería mi sorpresa al no encontrarla por ningún lado. Luego de ser sometida a todo tipo de exámenes y pruebas, luego de casi 2 semanas de licencia médica y de remedios para apalear el dolor, una sonriente doctora me dice a quemarropa:
-Bueno,según los exámenes preliminares, puede ser una microlesión en la columna cervical, anemia, problemas a los huesos, compresión del nervio con nombre impronunciable, una lesión muscular o...
-tendinitis?- Termino la extensa lista por ella.
-No. Cualquiera de las que te nombré, menos tendinitis. Fue lo primero que descartamos con la ecografía.
No pude explicarle a la risueña galena que acababa de alejarme de una vieja amiga.

Tragedia

Ha ocurrido una tragedia. Una verdadera calamidad bucal. Fue planeado, pero eso no le resta pesadumbre. Una de la peores cosas que pueden ocurrirle a quién piensa soberanamente en comida día y noche: Brackets.
Por supuesto, esto no significa que esté ciega frente a las calamidades que día a día en este pálido punto azul que llamamos planeta. Pero no puedo evitar sentirme abrumada frente al despliegue necesario para actos tan simples y maravillosos como comer. Los completos caseros pasaron a convertirse, finalmente, en un plato con salchichas, palta, tomate y mayonesa. Y desde hace casi un mes que, en lugar de comer sandwishes, los destripo. Es una verdadera carnicería de churrascos, queso, palta, tomate, papas fritas y mayonesa con ajo. Además del pan, por supuesto, que finalmente queda abandonado a su suerte la mayor parte del tiempo.
Y, al tener a estos férreos invitados hace apenas algunas semanas, aún queda un mundo de bocadillos que no he tenido la oportunidad de probar.No me he atrevido a un simple pan batido (o marraqueta, en casa lo llamamos de ambas formas indistintamente), pues temo que su corteza me lastime.
Y el futuro sólo se ve lúgubre. ¿Que va a pasar el día que quiera comer choclo con queso? ¿Que pasa con los wantanes? Siempre me gustaron los frutos secos, en especial si van acompañando quesos...¡Y las almendras lucen ahora tan amenazantes! Nunca fui aficionada a los caramelos, pero ¿Qué va a pasar cuando me ofrezcan mentitas?
Cuando el amable cirujano me comentó que quizás los primeros días fue necesario que sólo me alimentara de sopas, sentí un vacío gigante en el estómago. Una vez puestos uniformemente los trocitos de metal en mi boca, fui al cine. Compramos una gigantesca porción de palomitas de maiz...y comenzó el desastre. No sólo incomodaba, es que con horror comencé a notar que la parte de mi cerebro que suele festejar cada vez que hay comida esperando, estaba angustiada. Parecía confundida, como si no entendiera por qué comer ahora era menos disfrutable.
Durante estos días he aprendido a pensar en la comida como nunca antes: Sopesando delicadamente los requerimientos de cada bocado frente a esta nueva situación. He pasado de largo frente a carritos con maní confitado, empanadas de queso, chocolates y otras delicias. Y no importa lo que los gurús de la alimentación saludable digan...masticar 50 veces cada cucharada que me llevo a la boca no me hace sentir bien. Hay quien dice que para disfrutar la comida se debe saborear lentamente cada bocado. Pero para mi, o al menos, para mi yo de hace tres semanas atrás, cada ingesta obedece a un deseo profundo y verdadero. ¿O existe quien, en días de calor abrasador, entre al agua delicadamente "saboreando" la sensación de frescura? Por supuesto que existe quien haga eso, pero yo pertenezco al grupo para quienes llegar a la playa y empaparse de pies a cabeza son un sólo y único acto.
Pero los días avanzan, y con ello, tímidamente renacen las esperanzas. Quizás sólo es cuestión de costumbre. Las empanadas de queso, al menos, presentan aquella facilidad, aunque aún no concibo el comer un completo destripándolo en el plato. Pero soy optimista. Después de todo...ningún metal me alejaría ni demasiado tiempo, ni demasiado enserio de mi verdadero amor.