jueves, 12 de noviembre de 2015

Que no se muera mi barrio

Llegué a vivir a mi casa cuando apenas tenía tres años y hoy, 24 años después, no me sorprende que mi primer recuerdo sea el de mi madre inclinada preparando quizás que platillo en la minúscula cocina, que hoy, a punta de esfuerzo y enjundia, está convertida en pasillo.
Al barrio llegamos todos juntos. Era un terreno destinado a albergar a los trabajadores de una fábrica de textiles. Mi padre vio, con alegría, cómo el sueño de la casa propia se hacía realidad para él y muchos de sus compañeros. Quiso el democrático sorteo organizado por los vecinos que como familia fuéramos bendecidos con una casa esquina, ganando un par de afortunados metros. Planté en ella mi primer árbol, el que, en un arranque de originalidad infantil, llamamos "Arbocio" con mi hermano.
"Sobraya" es el nombre que recibe el conjunto de casitas que apenas abarca dos pasajes. Para muchos de mis vecinos, es casi una ofensa que este nombre sea cambiado por cualquier otro, considerando que barrios mucho más grandes rodean lo que la agrupación de vecinos actual defiende con una ferocidad y organización tan implacable que no puede menos que llenarme de orgullo.
Pero el barrio ha cambiado en este cuarto de siglo. A pasos de mi casa, en la esquina del frente, una señora de ceño permanentemente fruncido y pelo rizado manejaba con mano de hierro "Las Rosas", pequeño almacén que reunía a la burbujeante masa de amas de casa y niños embelequeros.
Doña Rosa, como siempre asumí que se llamaba, era amante de los gatos, y parecía cumplir el perfil de esposa de mayor envergadura y energía que su marido. Posiblemente, conocía todos los secretos de la población, pero a mi siempre me pareció un poco brusca.
En sentido opuesto, estaba otro almacén, mucho más grande que el primero, y con un ambiente muy distinto. Cabían allí dos posibilidades : Ser recibidos por el matrimonio o por su hija. La mujer-que puede haya sido joven, pero a esa edad todos son irremediablemente adultos- se movía como una exhalación, impulsada por un resorte. Su prisa era tal, que muchas veces no alcancé a terminar de enumerar los productos cuando ya tenia la lista completa y el vuelto en mis manos.
La segunda opción, resuena en mi cabeza con un dulce canturreo. "Azuquitar, aaazuquitar", repetía dulcemente la pareja, mientras a paso de tortuga se desplazaba por el lugar buscando solemnemente cada uno de los ingredientes solicitados. El sabio matrimonio tenía la filosofía de que la vida es muy corta para vivirla con apuro. Cada abarrote era tratado con delicadeza y entregado ceremoniosamente, como una ofrenda para el cliente, tarareando el nombre del producto mientras lo buscaban, para espantar a la mala memoria. Cada uno de los alimentos era tratado con profundo respeto, y cada moneda era amorosamente contada y guardada o entregada, según fuese el caso.
A espaldas de la casa, un inmenso terreno baldío era coronado con una joya que en ese tiempo no supe valorar. Una feria de verduras, ruidosa y llena de vida recibía diariamente a todos los vecinos. Poco recuerdo: una escalinata de cemento, que tenía dos o tres pasillos y que el puesto número 3 era el único ante los ojos de mi madre.
Hoy de ambos almacenes no queda más que un letrero descolorido y la feria es, desde hace año, un hipermercado. Los vecinos han cambiado, la ciudad creció y el árbol familiar dio paso a una habitación posterior. Con todo, pienso que en el barrio está organizando sus bodas de plata. Los vecinos comenzaron a pintar los postes de la luz, a diseñar murales para celebrar los 25 años de la entrega de las casas, y que una comisión está buscando la forma de ubicar a todos los vecinos en una misma mesa, cerrando las calles que llevo años atravesando a pie. Y entonces sé que mi barrio, aunque herido, sigue vivo.

3 comentarios:

  1. no entendi bien de donde salio el cuadreo

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  2. no entendi bien de donde salio el cuadreo

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  3. Una moda vieja en los almacenes. La señora Rosa usó ese cartel por casi 15 años.
    Claro que cuando era niña solo era un dibujo de un hombre gordo y uno flaco.

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