martes, 1 de septiembre de 2015

Martes

El de Isabel había sido un día apocalíptico. Una devastadora sinfonía de problemas. Llegó tarde al trabajo por ir a dejar a su gato a la veterinaria- lo habían envenenado ¿¡Cómo pudieron!?- y el panorama no era alentador. En la oficina, los portazos fueron la banda sonora de la mañana, la impresora se rehusó a ser parte de aquella locura y simplemente dejó de funcionar y además  una pila de documentos imprescindibles se acumulaba en su escritorio.
La hora del almuerzo debió ofrecer algún consuelo, pero su local favorito estaba cerrado. Frustrada, se topó con un pequeño restauran que ofrecía comida italiana. Una jornada tan nefasta ciertamente no  incitaba a aventurarse, pero el agotamiento pudo más. Se tardaron muchísimo, mas en cuanto Isabel probó los fetuccinis con salsa Alfredo,  sintió un rayo de luz divina atravesando su pecho.
¿La salsa tendrá vino blanco?, se preguntó.
Regresó a la oficina. El día no mejoró, por supuesto. Se dio cuenta que había perdido uno de sus aros favoritos y tuvo una discusión con su pareja ni bien cruzó la puerta de su casa. Exhausta, se acostó deprisa.

“Seguro que tenía vino blanco” fue lo último que pensó antes de dormir.